Capítulo 3: Alianzas
Capítulo 4: El Populus
Hacía años que los Praesidios ya no
eran humanos, eran criaturas mezcla de hombres y cibors. Diseñados
ahora para eliminar cualquier amenaza y vigilar la frontera, tanto
por dentro como por fuera. Habían olvidado hace mucho tiempo que
eran seres humanos y se limitaban a detectar anomalías dentro y
fuera del Eras, eliminándolas. En el Succum se separaba del Populus
por decenas de puestos militares, que impedían el acceso sin una
justificación razonable. Entre la frontera y el Succum, los
Praesidios mantenían controlados a los habitantes del Populus, pero
hacía mucho tiempo que este se había descontrolado, la gente vivía
en ínfimas condiciones y organizaban numerosas protestas contra las
fuerzas militares, en las que se cobraban numerosas vidas. Ahora los
Praesidios se dedicaban a patrullar sus calles, solo cuando debían
eliminar algún que otro rebelde amotinado o a alguien que alzaba la
voz contra ellos.
El Populus era como la carretera,
deteriorada y descuidada, entre dos aceras perfectamente
modernizadas, con lo último en tecnología y protección militar. La
gente de esa “carretera” miraba las altas torres del Succum con
resentimiento, los habían abandonado, al igual que hace milenios a
los que se quedaron fuera de Eras. En el fondo sabían que anhelaban
vivir en una de esas torres pero su odio hacia ellos había superado
ese deseo por el de intentar terminar con la situación esclavista en
la que vivían. Trabajaban en su mayoría construyendo mecanismos que
abastecían a todo el Succum. Cuando se producía una revuelta los
Praesidios, sin piedad, eliminaban a las familias de todo aquel que
se atreviera a continuar rebelándose. Obligándolos a esclavizarse
voluntariamente para salvar a sus familias.
Algo sumamente extraño, era el poco
interés en tener registros de identidad de los que habitaban el
suelo del Eras, no había nada que los identificara entre ellos. Los
trataban como ganado. Lo que diferenciaba a un ciudadano del Populus
de uno de Succum, era una pequeña marca de fuego en la muñeca, algo
degradante y obligatorio que se le hacía a un niño cuando nacía en
el Populus, grabar su pequeña extremidad con un hierro ardiendo, esa
marca era llamada “Hatalon”. Ese era el estigma que identificaba
a la clase trabajadora e insignificante del Eras.
Los Praesidios la estaban alcanzando,
debía encontrar un escondite antes de que dieran con ella. La joven
corría con todo su ímpetu hacía el centro de la zona C, del este
del Populus, donde los más pobres sobrevivían. Las casas no eran
tales, muchas consistían en muros de barro y paja con poco más de
cinco metros cuadrados cada una. Los ataques desmesurados de aquellos
seres, a veces dejaban sin hogar a muchos de ellos y no tenían más
remedio que vagar por aquellas estrechas calles. La muchacha lucía
una capa que tapaba desde la cabeza hasta poco más abajo de las
rodillas, se veía perfectamente su calzado, unas botas totalmente
desgastadas color negro. Ahora manchadas de barro, estaba lloviendo
lo que le hacía aún más difícil huir, ya que casi todas las
calles del Populus estaban pavimentadas de arena. Medían unos dos
metros y un paso suyo eran tres de la joven. Miraba hacía atrás con
la esperanza de ver ampliada la distancia entre ellos, no fue así,
estaban cada vez más cerca. Podía ver sus grandes cuerpos cubiertos
por ese metal grisáceo, parecía liviano y a la vez resistente
contra cualquier ataque. Si eran algo humanos, ella no podía
identificar esa parte de ellos, solo observaba tres criaturas
mecanizadas sin ningún rasgo de vida natural. Sus cascos estaban
totalmente hermetizados y solo una visera negra, que les ocupaba la
mayor parte del rostro se distinguía entre tanto metal plomizo.
Ya los tenía encima, aceleró con sus
últimos esfuerzos pero no se esperaba que tres más de ellos
estuvieran al final de la calle donde se dirigía. Su cuerpo paró en
seco algo que con el resbaladizo barro la hizo caerse de espaldas al
suelo. Estaba perdida y encima creía tener el tobillo roto por la
caída. A ambos lados de la calle los Praesidios se le acercaban,
sabían que la tenían acorralada.
Mientras intentaba levantarse, había
una bocacalle a unos metros de ella, si tan solo pudiera avanzar unos
metros tendría una mínima posibilidad de volver a despistarlos. El
dolor era insoportable y ellos ya estaban muy cerca, era el fin.
De pronto alguien la cogió en brazos
tan rápido que ni los Praesidios pudieron actuar, la llevaba tan
livianamente que le pareció estar volando. No se fijó en su cara
hasta segundos después, cuando ya estaban escondidos en un callejón.
El individuo ahora la miró fijamente.
-¿Estás bien?- Aún la tenía en
brazos cuando lo preguntó. Sus ojos gris platino reflejaban
preocupación por la joven que ahora estaba un poco aturdida.
-Sí, estoy bien. ¿Y tú quien...?- Al
mirarle a los ojos lo reconoció. Esos ojos podía reconocerlos en
cualquier parte. Ahora llevaba una capucha pero su rostro bajo ella
estaba descubierto, aún con la poca luz que el cielo ofrecía y a
pesar de la lluvia, ella averiguó de quien se trataba. -¡Demonios!
Qué susto me has dado- Él le ofreció una sonrisa y con sumo
cuidado la dejó que se pusiera de pie por sí sola. Esta lo intentó
pero el dolor del tobillo no la dejaba apoyar su pie derecho. -¡Ah!
Creo que está roto- La joven se quejó, agarrándose del brazo
izquierdo del joven, se inclinó para verse el tobillo totalmente
hinchado y con alguna que otra herida ensangrentada por el golpe
brusco.
-No nos siguen ya ¿Quieres que te
lleve hasta casa?- Sugirió el joven, dejando que la muchacha se
equilibrara agarrada de su brazo. Su mano libre la puso en el hombro
izquierdo de ella para que no perdiera su balance.
-No hace falta, sabes que no voy a
durar mucho herida, Lagnak- La joven le sonrió antes de volver a
observar su tobillo. Su mano aún estaba masajeando el dolorido pie
cuando de esta salió lo que parecía una luz blanquecina casi
imperceptible. Aún con resto de barro en la zona, podía verse como
en segundos, lo que era un tobillo roto y raspado se volvía en algo
totalmente sano y recuperado. Ya no quedaba ni un pequeño rasguño,
solo el barro espeso en sus piernas y ropa.
-A veces se me olvida que eres una
enfermería andante, Lariko- Se burló Lagnak mientras veía como la
joven probaba, con éxito, a apoyar el pie. Ahora ya podía
mantenerse erguida, así que se soltó del brazo que la sostenía.
-Anda y vayámonos, esos pueden
encontrarnos en cualquier momento si nos despistamos. Uy, espera, a
mi también se me olvida que eres el chico sabelotodo. Sabrías si
nos estuvieran persiguiendo ¿Verdad?- Replicó complacida Lariko. El
joven simplemente sonrió a la respuesta de la muchacha y apartó su
mano del hombro de la joven.
Ya estaban frente al hogar que los
había protegido por todos estos meses. Mirando hacia ambos lados de
la estrecha calle Lariko introdujo una llave desgastada en la
cerradura y poco a poco la abrió. Ambos al entrar y cerrar la puerta
suspiraron, ya podrían relajarse, estaban en casa. Consistía en una
estancia pequeña dos camas a la derecha y una mesa, con tres sillas
alrededor, en el centro. La habitación estaba iluminada por la luz
de la leña quemándose en una pequeña chimenea en la izquierda.
Lagnak comenzó a quitarse la capa mojada que llevaba. Era un hombre
de casi unos dos metros, algo bastante raro en el Eras pero bastante
común entre los Essens. Efectivamente era un Essens, al descubrir su
cabeza podía verse su melena grisácea atada en la parte posterior
de su cabeza. Mechones largos caían por los dos lados de su rostro,
ahora mojado por la lluvia, sus ojos plateados lucían vivos algo que
encajaba perfectamente en su conjunto. Era descaradamente guapo y no
trataba de ocultarlo. Su sonrisa al ver a la joven tropezarse,
torpemente, con sus botas llenas de barro, le añadía un
irresistible atractivo.
-¿Te ríes?- La muchacha se quitó una
de sus botas y rápidamente la tiró al rostro del hombre que se reía
plácidamente. Ella sabía de ante mano que el tipo iba a esquivarla
fácilmente pero su rabia la obligó a hacerlo. Segundos después
estaba quitándose la capa empapada en agua, mientras Lagnak, ya
sentado en una de las silla, se frotaba el pelo con un trapo seco que
cogió, del improvisado tendedero, enfrente de la chimenea. Ella era
bastante baja y menuda, no llegaba al metro ochenta. La camiseta y el
pantalón ajustado que vestía, hacía fácil ver su figura. Aún
delgada, como lucía la mayoría de Essens, estaba demasiado para
tener un peso normal. Algo que permitió minutos antes, a Lagnak,
cargarla sin ningún tipo de esfuerzo.
Su melena ahora suelta y arremolinada,
también era bastante clara, pero a diferencia de él, ella tenía un
blanco glaciar que deslumbraba entre la penumbra que ahora imperaba
en el sitio. Sus ojos azules le daba una mirada liviana y a la vez
risueña. Tenia rostro de niña, lo que le hacía difícil al joven
Lagnak no tratarla como tal. Quizás porque era unos cuantos años
mayor que ella o por su aspecto angelical lo que le hacía querer
protegerla. Aunque en varias ocasiones había demostrado que podía
valerse por si misma, él siempre estaba pendiente de ella, por si la
cosa se torcía como la última vez.
-¿Qué demonios hacías en la zona D?
Y no me digas que no, porque lo sé perfectamente- Ahora la miraba
impacientemente.
-Si lo sabes ¿Para que preguntas?-
Respondió con desdén pasando por delante de él en busca de algo de
agua para limpiarse el barro que manchaba casi todo su pantalón.
-¡Lariko!- El hombre ahora estaba de
pie con su entrecejo fruncido.
-Tu poder a veces me decepciona
¿Sabes?- Se giró la joven desafiante.
-Sabes perfectamente que no tengo forma
de controlarlo, algunas veces deberías comprender su magnitud-
Lagnak bajo su tono a uno más sereno, se notaba la tristeza en sus
palabras. La joven captó la actitud del hombre y inmediatamente se
arrepintió de lo que había dicho.
-La zona D está siendo redada, uno de
los puestos de mando ha sido saqueado por la gente de la zona, y los
Praesidios han arremetido contra todos ellos. He ido a mirar si podía
ayudarlos pero muchos han muerto antes de que yo pudiera hacer nada
por ellos- Confesando sus lagrimas salían fácilmente recorriendo su
rostro ahora gacho recordando la escena a la que se había enfrentado
horas antes. El joven la abrazó instintivamente intentando mitigar
su dolor, pero su llanto se hizo más fuerte.
-Lariko, escuchame- Cogió suavemente
el rostro de la joven entre sus manos. Secando sus lagrimas la miró
con dulzura, algo que la hizo calmarse. -Si abusas de tu poder,
pronto correrá el rumor de que alguien extraño está usando algo
sobrenatural para ayudar a la gente. Sé que la gente del Populus es
incapaz de delatarnos, pero si algún soldado te descubre estaremos
acabados. Y los nuestros no podrán encontrarnos, para salir de aquí.
Tienes que ser muy cuidadosa ¿Está bien?- La joven asintió
afablemente y Lagnak la besó en la frente, como un hermano mayor a
su querida hermana pequeña.
De pronto del techo comenzó a caer
arenilla, después un fuerte golpe que venía de él y por último
una sacudida que hizo tambalear todo al rededor de ellos. El ruido
era ensordecedor, pero más intenso era el movimiento que producía
al moverse. El hombre puso su brazo encima de la cabeza de la joven y
la obligó a agacharse imitándola después.
-¿Qué demonios...? ¿Otra vez?- La
joven alzó la cabeza para comprobar el caos que ahora imperaba en la
estancia. La mano de Lagnak se posó fuertemente en la cabeza de
ella, para que no se lastimara con alguna estaca o roca que cayera
del inestable y frágil techo.
-No te muevas, creo que andan buscando
algo. Ven, debajo de la mesa- Ambos estaban ahora debajo de la mesa
esperando a que eso, que hacía que todo se moviera bruscamente, se
fuera. Segundos más tarde llegó la calma, fuera lo que fuese, ya no
estaba encima de ellos. Poco a poco el ruido infernal se escuchaba
cada vez más lejos. Ya podían salir de la mesa, se incorporaron
tranquilamente, sabiendo que ya había pasado.
-Es la tercera vez esta semana ¿Que es
lo que está pasando?- Se quejó Lariko sacudiéndose el polvo, de su
pelo y hombros, que le cayó momentos antes.
-Se preparan para una guerra inminente-
Aclaró contundentemente Lagnak.
-No entiendo ese miedo hacia nosotros,
lo que están haciendo es justo lo que los llevará a la perdición.
Si tan solo nos comprendieran...- Con tristeza comenzó a sacudir la
arenilla de los hombros del joven hasta que comenzó a hacerlo por si
solo.
-Cierto, pero eso no lo saben. Por su
ignorancia cavarán su propia tumba, aunque eso también depende de
los nuestros. También deberían entenderlos, es una situación de
miedo- Explicó, tranquilamente Lagnak, mientras se sentaba en una de
las sillas.
-¿Por miedo? ¿Crees que por miedo
destruyen familias secuestrando a los nuestros para utilizarlos como
cobayas? ¿Eso es justificable? ¿En serio Lagnak?- Estaba frente a
él con una expresión de acusación, sus manos estaban encima de la
mesa todo su cuerpo se apoyaba en sus brazos con un ademán rudo.
Miraba al hombre fijamente todo su cuerpo estaba echado encima de él
con suma tensión.
-El miedo hace que los humanos comentan
esos errores. Al no conocer, hacen uso de lo más básico que es
intentar buscar el punto débil del que creen su enemigo. Por
supuesto que no los justifico, pero si los comprendo- Su tez era
serena, sabía como la joven se sentía pero jamás iba a mentir para
endulzar sus oídos. La joven debía aprender el valor de ponerse en
el lugar de otros. No era nada suyo pero la quería como una hermana.
Nunca la confundiría con mentiras y mucho menos obligarla a
renunciar a sus principios.
-¿Por qué siempre tienes razón?
Discutir contigo es algo inútil y cansado. Me rindo ¿Ok?- La joven,
vencida, se dejó caer en la silla que tenía justo detrás. Una leve
sonrisa se escapó de su boca. Lagnak simplemente rió, no porque
ganara nada, simplemente le gustaba ver sonreír a la joven.
-Voy a preparar la cena ¿Me ayudas?-
Ya estaba frente a la chimenea, varios cuencos y un anafre esperaban
junto a ella.
-Bien- Asintió ayudando al joven a
poner uno de los cuencos en el anafre. Lagnak fue hacia el único
mueble de la estancia y abrió uno de sus cajones para sacar un par
de cucharas de madera. Mientras Lariko, con sumo cuidado, vertía una
especie de sopa con condimento en el cuenco ya puesto encima del
soporte.
Unos fuertes golpes hicieron que ambos
miraran la puerta al mismo tiempo, alguien estaba afuera
aporreándola. Lagnak se puso el dedo indice en los labios, para que
la joven guardara silencio. Poco a poco fue a la puerta intentando
que sus pasos no fueran oídos desde fuera. Puso su oreja derecha más
cerca de la madera. Una respiración agitada fue todo lo que escuchó,
fue rápidamente a por su capa, aún mojada, para cubrir su pelo y
rostro. Antes de terminar de ponerse la indumentaria el individuo de
detrás de la puerta habló:
-Lagnak, soy yo, abre- Reconoció la
voz al instante, así que dejando la capa de nuevo en su sitio,
corrió a abrir al hombre. -Esos Praesidios son persistentes- Entró,
quejándose, un tipo de unos cuarenta años. Vestía una capa que le
cubría entero. Al quitársela se veía a primera vista que era un
humano: bajo, de pelo castaño y ojos negros. Por su naturalidad al
observarlos parecía que sabía perfectamente que ambos jóvenes eran
Essens. Ahora se frotaba las manos del frío del exterior.
-¿Qué te trae por aquí?- Preguntó
Lagnak, con curiosidad, cerrando tras de si. El hombre saludó a
Lariko que siguió vertiendo la sopa en el tarro. Se dio el lujo de
sentarse en una de las sillas y mirar al joven con confidencialidad.
-No sabes lo que acabamos de descubrir
Lagnak- Sonreía plácidamente mientras hablaba. -Esto podrá cambiar
muchas cosas- Prosiguió el tipo obteniendo toda la atención del
hombre que tenía en frente.
-¿De qué hablas?- Lagnak ya estaba
sentado frente a él. Preguntó con insistencia en su tono.
-No sé si dentro de unos días, quizás
semanas, podremos conseguir restaurarlo. Pero seguro que si todo va
bien podremos abrirlo, sí o sí- El hombre hablaba para si mismo,
como si quisiera convencerse antes él de lo que estaba comunicando.
-¿Restaurar? ¿Abrir?- Las cuestiones
del joven sacaron del trance al tipo que ahora lo volvía a mirar,
estaba eufórico.
-¡Lagnak, no te lo vas a creer! Hemos
descubierto la vía de la que nos hablaste, esa que aseguraste que tu
padre cruzó y en la que desgraciadamente murió. Esa que ha estado
oculta hasta ahora- Los ojos del joven se abrieron en toda su
extensión, era algo que debía asimilar por un momento. No sabía si
era algo bueno o malo, debía evaluar la situación antes de actuar.
-¿Cuantos saben de esto?- Terminó por
decir. El hombre aún confundido por la reacción de Lagnak, contaba
con sus dedos y su cejo fruncido.
-Pues... Creo que nosotros tres y el
clan Landard. Unas diez personas- Concluyó el hombre mirando con
seguridad al joven.
-Te pido, no, te suplico que por favor
hables con tu gente, diles que nadie más puede saber de esto. Nadie
más. Todo depende de eso ¿Entiendes? Ahora, llevame allí- Su mano
se encontraba en el hombro derecho del tipo. Este asintió y
rápidamente se puso su capa. Lagnak se volvió hacia Lariko que aún
no asimilaba lo dicho en aquella sala. -Lariko, debes quedarte aquí
hasta que yo vuelva. Si sucede algo simplemente lo sabré y vendré
inmediatamente ¿Está bien?
-¿Y tu? ¿Si te pasa algo a ti?- La
joven fue hacia él con una mueca de preocupación pero Lagnak le
sonreía ampliamente mientras se vestía con su capa, imitando al
humano.
-No te dejaría sola, volveré sano y
salvo. Te lo prometo- Acarició la mejilla de Lariko, pero esto no le
quitó la preocupación a la joven. Simplemente asintió resignada.
-Vamos Lagnak, justo ahora es el cambio
de guardia. Ahora o nunca- Apresuró a decir el hombre ya en la
puerta al ver que los jóvenes se resistían a separarse. Sin más
dilación Lagnak fue hacia el exterior aún mirándola. La joven en
un impulso corrió hacia ellos y agarró su brazo.
-No me obligues a salvarte la vida de
nuevo Lagnak ¿Lo entiendes?- Avisó Lariko con tono serio, sin
soltarlo. Lagnak asintió con ímpetu, algo que por fin, convenció a
la joven dejándolo ir, soltando su brazo. ¿Podrían cambiar las
cosas? Esa pregunta rebotaba en su mente una y otra vez, mientras lo
veía cruzar la esquina con rapidez.

Elemental by Laura Ramírez Patarro is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
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