Antes que nada comenzaré con lo que os avisé, en la cabecera de todas las entradas aparecerá esta explicación para quede claro todos los puntos a los que están sometidas las licencias de mis escritos.
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2º No se pueden hacer adaptaciones de ningún tipo sin el consentimiento del autor, o sea, yo. Una adaptación es toda aquella que tenga similitudes con la historia original en un 80% o la trama sea la misma. En caso de ambas es directamente un plagio.
3º No se puede compartir la obra o fragmentos de la misma sin los créditos pertinentes, sobretodo sin siquiera avisar al autor.
El contenido de este blog está sujeto a esta licencia. Todas las historias de ficción que aquí muestro son totalmente inventadas por mí -Laura Ramírez Patarro-, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Aclarado esto, la entrada comienza ahora mismo...
***
Ya sé que dije que no habrían más fanfiction por aquí pero como este se lo debía a Carla, y Carla es Carla, pues aquí está la continuación del relato corto No hay rosas blancas.
Esta chica se merece esto y más por mi parte así que recordad que sigo escribiendo mi próximo proyecto y que esto es una excepción. ¡Hasta pronto, saludos!
PD: Te quiero <3
***
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Esta imagen no me pertenece. Todos los créditos a su autor. |
El color de las rosas
La
muchacha volvía a su departamento. Había sido un día fructífero y
traía una sonrisa en la cara. El jefe les dio por fin la
esperada paga extra y deseaba llegar a casa para comunicarle
la buena notica a su pareja. Este, desde que ocurrió aquel
desafortunado –y extraño– accidente donde su abdomen fue
desgarrado por un cuchillo, había cambiado bastante. Ahora parecía
más relajado que antes, como si disfrutara de la vida, y ella lo
achacaba a que después de enfrentarse a la muerte, el ser humano,
intentaba aprovechar el día a día como si fuera el último.
A pesar de que
Eun Ji no tratara de preguntarse mucho si aquello era algo
bueno o malo
–simplemente convivía con ello–, alguna que otra vez
sentía la necesidad de saber lo que llevó a Jaehwan a
intentar suicidarse. La sola mención del tema los tensaba hasta el
punto de acabar enzarzados en una discusión que nunca había llegado
a ningún lado. Aquella cuestión era un tabú para la
pareja desde el mismo día en que volvieron a casa; Ken
estuvo ingresado en el hospital cerca de tres semanas, y por mucho
que frivolizaran con ese hecho, la verdad es que había estado al
borde de la muerte.
Incluso la propia
mente de Eun Ji estaba borrosa y no recordaba muy bien aquel fatídico
día porque, precisamente, aquellas lagunas se lo impedían.
Agradecía enormemente que todo quedara en un susto y su
pareja siguiera con ella fuera como fuese, sin embargo, sabía que
nada iba a ser como antes.
Nada era
como antes.
Abrió la
cerradura con su llave y empujó la puerta con la espalda. En las
manos llevaba un pastel recién comprado, el favorito de su
novio. No lo iba a negar, también le encantaba la galleta recubierta
de chocolate y la nata rodeando la circunferencia del mismo postre,
así que la excusa de que Ken
amaba el pastel era perfecta para disfrutar de una buena
merienda y hablar –como era costumbre en ellos– del transcurso de
su día separados.
Al ver que aún no había
llegado sonrió, tendría tiempo de preparar la pequeña sorpresa y,
sobretodo, la buena noticia.
Cerró la puerta por
dentro, dejó aquel pastel en la isleta de la cocina –justo al lado
de la entrada– y se quitó el abrigo con soltura. Sus zapatos los
puso en el pequeño bordillo del recibidor y se calzó sus cómodas
zapatillas de estar por casa. Casi
corrió hasta la habitación para recoger de la mesilla de noche una
cajita que contenía la elegantísima pluma de metal que había
comprado días antes. Se suponía que iba a ser un regalo de
cumpleaños para Jaehwan, pero sucedió aquello que no
se esforzaba en recordar y no encontró, hasta ahora, otra ocasión
para hacerlo.
Tenía planeado colocar
la pluma al lado del pastel y este acomodarlo mejor en la isleta para
que fuera lo primero que viera Ken al llegar; mientras, ella lo
esperaría sentada al lado con una coqueta sonrisa en la cara.
Imaginándose aquello, ajena a todo lo demás, fue cuando la escuchó:
una canción lenta que comenzaba a sonar en el salón.
Por un segundo Eun Ji se
asustó, luego suspiró suponiendo que era su pareja. Al parecer Ken
no le había avisado al entrar y tenía intención de sorprenderla
como ella a él. Oh no, con la ilusión que le hacía tener
aquel detalle, seguramente se le había adelantado y ya había
visto el pastel. Aunque al mirar entre sus manos supo que aún le
quedaba la pluma para impresionarle. Se la llevó a la
espalda y se dirigió al salón lentamente, y con esto, jugar
un poco con su chico.
Lo que no avistó es que,
al traspasar la puerta del dormitorio, alguien la agarrara
fuertemente por la cintura desde atrás, que aquellos brazos la
rodearan con deleite, y que el dueño de estos la empujara hacia su
pecho –apretándola contra si–. Chilló asustada. A Eun Ji casi
se le cayó la cajita de la impresión, y con cierto alivio, la
sostuvo un poco más fuerte entre sus dedos para que no se le
resbalara.
Era él, no había
nada que temer.
A pesar de que sintió su
espacio vital completamente invadido, el confirmar que se trataba de
Jaehwan la calmó hasta cerrar sus ojos y reír con él
por soltar un grito tan exagerado. Estaba claro que Eun Ji
había pensado en hacerle algo parecido y asustarlo, aunque al final
fuese él el que la pillara antes de que pudiera tan siquiera
plantearse cómo hacerle lo mismo.
La barbilla en su hombro
comenzó a moverse, acariciándola suavemente con su mentón hasta
que notó los labios rozarle esa zona lentamente, sin dejar aún
ningún beso. El gesto se le antojó a Eun Ji demasiado placentero
y tuvo que morderse el labio inferior para no gemir.
Uno de aquellos extraños
cambios después del accidente, era que el nuevo Jaehwan
solía ser bastante atrevido y pícaro al interactuar con
ella, y a su vez, extremadamente atento y sutil cuando se trataba de
captar su total atención. La cabeza de la joven aún estaba
decidiendo si se trataba de una ventaja o un inconveniente, su cuerpo
optaba indudablemente por la primera opción.
Cuando el primer rastro
de beso se dejó caer cerca de la garganta, ella cerró sus ojos e
inclinó su cabeza para ampliar el posible recorrido que esos labios
llegaran a hacer. Sirviéndose en bandeja de plata, sin ningún tipo
de restricción. Dejándose guiar por completo.
Abandonándose
a él.
Pero los fuertes brazos
liberaron su cuerpo y esa boca se alejó de la piel ya erizada. Abrió
los ojos buscando al que la había privado de todas aquellas
sensaciones. Jaehwan estaba frente a ella, con una mano
extendida. No dudó en unirla con la suya, no sin antes guardarse la
cajita en el bolsillo trasero del pantalón.
–Ven –le dijo tirando de ella suavemente–, baila conmigo.
Por supuesto, aceptó la
invitación.
Y bailaron.
Otro día sin darle la
pluma.
Otro día sin poder
hablar largo y tendido.
Otro día sucumbiendo
a ese hombre que ahora la abrazaba desnudo al igual que ella en la
cama, donde sus cuerpos se habían enlazado varias veces aquella
noche.
–Jaehwan, no puedes garantizar eso.
El
Consejo de Sabios lo miraba desde aquellos inmensos atriles con
sus ceños fruncidos. La estancia estaba tan iluminada que no se
llegaba a ver el final de esta, el blanco glaciar imperaba por cada
rincón y un mortal jamás podría ver a través de tales destellos.
Según había leído, los humanos solían llamarlo el Purgatorio,
y estaban completamente equivocados, porque para él era una sala de
tantas, donde se deliberaba el destino de todos ellos
mucho antes de que dejaran el mundo de los vivos y donde los
superiores decidían si uno de sus empleados era despedido –más
bien desechado– o no, como una oficina más en una
empresa cualquiera.
Él
yacía frente a los del Consejo, de pie, convenciéndoles
con sus más poderosos argumentos, mientras que los sabios estaban
sentados escuchando atentamente detrás de aquellos atriles. Jaehwan
les había explicado sus intenciones aún sabiendo que no tendría
posibilidad alguna de lograr su cometido. Igualmente siempre había
sido un ser de palabra, y si prometía aquello es que
daría todo lo que poseyera en aquel momento para cumplirlo. Y esto
era algo que ellos sabían.
–No –concordó el joven–, por supuesto que no. Sólo dejadme intentarlo –suplicó–. Yo causé que esto pasara y yo tengo la responsabilidad de solucionarlo. Tanto si sale bien como si no, me someteré al castigo que me impongáis –continuó–. Sé que una vez lo eludí, y asumo todas y cada una de las consecuencias. Triplicad mi condena si hace falta –su tono cambió radicalmente al pensar en ella–, pero si voy al infierno quiero hacerlo sabiendo que ella está a salvo.
–Ella puede morir igualmente, lo sabes ¿no?
La
voz del líder del Consejo se escuchó por primera vez, como
si realmente quisiera ayudar a su más querido subordinado. Quizás
porque tiempo atrás fue su mayor aliado, y sobretodo, su mejor
guerrero.
–Él ya se está alimentando de ella, no tenemos más tiempo –aseguró Jaehwan–. Prefiero correr el riesgo antes de que ese demonio la consuma por completo.
–Está bien. Sus destinos estarán en tus manos por un tiempo definido –concluyó el líder dispuesto a despacharlo después de levantarse tranquilamente y echar un fugaz vistazo a los demás buscando su concordancia–. Si no consigues tu propósito nosotros tomaremos las medidas pertinentes y tú serás severamente juzgado.
Ahí
todo el Consejo entero se levantó siguiendo al líder
y Jaehwan entendió entonces que esa era la señal para hacer
lo mismo. Cerró los ojos dispuesto a abandonar el lugar,
hasta que fue interrumpido.
–Haz que ese demonio vuelva a donde jamás debió salir.
Ese
era Wonsik y al abrir los ojos, Jaehwan lo vio aún en su sitio: en
el extremo izquierdo de la gran fila de atriles. Con su
característica cabellera blanco glaciar y su sutil despeinado, aquel
que le daba un aire insolente impropio de un ser divino como él.
Le
ofrecía una mueca cómplice sin esfuerzo y le facilitó recordar
aquel pasado, tan lejano como glorioso, donde la prosperidad
en su existencia era plena. A pesar de que en otra época
habían compartido mucho más que secretos, llegando a ser amigos,
hermanos y confidentes, hacía ya bastante que tomaron caminos
diferentes. Para la desgracia de Jaehwan, uno había ascendido a la
cúspide mientras que el otro sólo sabía decaer cada vez más en la
inmundicia. No habían tenido ocasión de cruzarse en muchísimas
décadas y se alegraba de que aún lo recordara*, aunque sólo
fuese para confiarle aquella tarea. Y la acataría, por supuesto.
–Lo haré.
–Por los viejos tiempos espero que así sea, querido amigo.
De
madrugada, una Eun Ji
totalmente agotada, despertó.
Se sintió por enésima
vez desencantada y abatida en lo que llevaba de semana. Era
como si lo tuviera todo y a la vez nada, como si le
faltara la última pieza al puzzle. Aquellas dichosas lagunas
volvían a atormentarla, sin ellas podría saber qué había ocurrido
aquel día y sin embargo, ahí estaban, impidiéndole recuperar parte
de su memoria. Le daba lo mismo si Ken no estaba dispuesto a
desvelárselo, sólo quería entender porqué no recordaba nada y
necesitaba hacerlo, aunque fuera por sí misma; para conservar su
salud mental, más que nada.
Posó su mano sobre la de
Jaehwan para así quitársela de encima y salir de la cama.
Quería un vaso de agua para refrescarse mientras aclaraba su mente
y, como no, salir por unos instantes del yugo de su pareja.
Después de ponerse su pequeña bata de raso fue hacia la
cocina sin más.
Le supo a gloria. Volcó
el vaso vacío en el fregadero y cerró la nevera después de meter
la botella dentro. Ahora tendría que volver a la habitación con
aquel hombre.
Un desconocido.
No. Él era su pareja, su
perfecto novio.
Sigue comportándose como un desconocido.
Basta, se dijo,
creyendo que su propia mente le jugaba una mala pasada.
–Eun Ji, no te preocupes, aún estoy aquí.
–Basta, por favor –susurró ella. Cerró sus manos en un puño encima de la encimera mientras se apoyaba en estas con bastante pesadez–. Deja de atormentarme.
Aquella
voz se había colado en su mente en algunas de las noches anteriores
a esta, pero jamás la había escuchado tan cerca –tan
real–, como en ese mismo
instante. Se llevó una de sus palmas a la frente y quiso hacerla
desaparecer cuando volvió a hablarle.
–Lograré que todo vuelva a ser como antes.
–Sal de mi cabeza...
Se
vio interrumpida por una mano en su cintura haciéndola suspirar
aterrada. Tuvo la intención de volverse, no obstante, se paralizó
de la cabeza a los pies, como en esos angustiosos sueños donde el
cuerpo no obedece a la mente bajo ningún concepto. Unas falanges
recorrieron con parsimonia su vientre y al llegar al otro extremo se
apretaron a su costado como si nunca quisieran soltarla.
Sintió
el amor puro con el que era tratada por aquel íntimo toque.
Sintió
como el portador de tal caricia tenía un miedo inmenso a
perderla.
Y ese
precioso sentimiento que logró derribar un muro fuertemente
edificado entre sus recuerdos. Ahora todo era cristalino para ella.
–Jaehwan –jadeó al borde del llanto–. ¿Cómo he podido...?
Quiso
girarse pero la fuerza en la mano que la rodeaba y la que se posaba
en su hombro en ese momento se lo impidieron. Las lágrimas
comenzaban a mojar sus mejillas sabiendo al fin la
realidad.
–Eun Ji, lo sé –le sostuvo él, apretando ahora sus dedos en el hombro femenino–. Todo acabará pronto.
–Pero tengo miedo –sollozó ella, mientras alzaba la mano por encima de su hombro. Quería llegar a la cara ajena para acariciarla levemente, algo que nunca ocurrió, por lo que volvió a formar un puño bajándola con tristeza hacia donde estaba anteriormente–, miedo de que esto sea sólo un sueño o mi simple deseo de que todo vuelva a ser como antes.
–Entonces recuerda que te amo.
Ahí
su contacto desapareció, ella giró para enfrentarlo y descubrió
que no había rastro de él.
Se esfumó,
exactamente como en un sueño.
–¡No!
Y
abrió los ojos completamente, se incorporó en un potente respingo
que la hizo ponerse su mano en el pecho y exhalar. Estaba empapada en
sudor y en su cama, junto al
Jaehwan malicioso
y descarado que dormía
tranquilamente ajeno a su peligroso sueño. El brazo masculino aún
rodeaba su cintura sin ninguna resistencia, un peso muerto fácil de
apartar para Eun Ji. Se llevó las manos a la cabeza.
¿Qué
podría hacer ella para que el verdadero
Jaehwan volviera?
¿Cómo
debía actuar ahora que sabía con quién
no estaba conviviendo?
¿Podría
seguir fingiendo no saber que se entregaba cada noche a un usurpador,
a un ser perverso, el
cual ni sabía como había conseguido ocupar el lugar de Jaehwan?
En
esa madrugada lloró desconsolada por varias horas hecha un ovillo
entre las sábanas, sin que su pareja diera signos de notarlo;
tampoco deseaba que lo hiciera, porque tendría que mentir y tragar
con su culpabilidad.
El
joven sintió como la humedad se calaba en la única prenda que lo
cubría: un pantalón de chándal
que usaba normalmente de pijama.
Frunció el ceño antes de abrir los ojos y ver que estaba tumbado en
una especie de charco,
de agua estancada y hojas caídas de los árboles que le rodeaban en
la penumbra. Se impulsó hacia arriba con la ayuda de sus brazos,
flexionó sus piernas –interponiéndolas entre estos
y el suelo– y, hasta que no estuvo seguro de que su nuevo punto de
apoyo era estable, no se irguió completamente.
Algo
le resultó familiar y, contra todo pronóstico, sonrió mientras se
sacudía alguna que otra hoja pegada en el pecho gracias
al fango.
Una
presencia se había
instado en su espalda sin querer asustarlo, aunque tampoco era su
intención darle confianza como para que se relajara.
El chico se giró sabiendo en todo momento la identidad de la silueta
atrás suya y rió socarronamente al confirmarlo.
Supuso
al verlo que su apariencia había vuelvo a ser la de siempre, a ser
Hakyeon. En ese paraje inexistente
no había máscaras
que pudieran ocultarlos de su verdadera esencia, y tampoco lo
necesitaban, ya que se situaban en uno de los más oscuros recovecos
de la mente de Jaehwan.
Ambos
frente a frente. Uno
con su pureza inquebrantable
y el otro con su sagaz
malicia.
–Impresionante –le felicitó Hakyeon falsamente al que ahora lo observaba vestido con ropas inmaculadas y su característica postura incorrupta–. Has logrado llegar hasta este lugar por ti solo, yo tardé mucho tiempo en encontrarlo siquiera. Aunque quizás eso te ha facilitado haber llegado hasta aquí, no quita que esté muy orgulloso de ti.
–Déjate de ironías y escúchame –dijo cortante Jaehwan.
–Lo más duro es poder salir de aquí –prosiguió, ignorándolo–. Soy mucho más fuerte que tú en estos momentos por lo que jamás podrás llegar más allá.
Jaehwan
quería continuar con lo que tenía que comunicarle pero le
pudo la arrogancia de su viejo
compañero.
–¿Quién te ha dicho que no he llegado ya más allá?
No
supo si sus sentidos lo engañaron, pero por un segundo Jaehwan creyó
avistar asombro en los ojos del otro. Sin embargo, el típico mohín
soberbio de Hakyeon se hizo presente opacando
cualquier signo de inseguridad.
–No mientas, un ángel jamás debería mentir –lo que este no sabía es que, efectivamente, no mentía. Ajeno a esto, reanudó la charla con cierta burla–. Ah no, que ya no eres uno de ellos... lástima.
–Piensa lo que quieras. Simplemente deseaba que supieras lo que le estás haciendo a Eun Ji. La estás consumiendo, esa a la que tanto deseas se queda sin energías, sólo porque tú se la estás absorbiendo.
Su
sinceridad fue menospreciada.
–No, sólo nos deseamos –alardeó Hakyeon para provocar alguna reacción en el otro. Al dar resultado –Jaehwan cerraba los ojos con dolor por sus palabras–, insistió esperando que interviniera dolido, enfurecido–. Todas las noches, varias veces al día. Hasta que acaba saciada de mí.
Y ahí
obtuvo la deseada respuesta.
–¡La estás matando!
–No seas estúpido –endilgó–. Sólo le doy lo que tú nunca pudiste darle.
Eso
fue directo al derruido corazón del ex-soldado.
Tragando fuertemente intentó coger otro camino, uno en el que el
viejo Hakyeon
emergiera de entre tanta vileza.
–Hakyeon, eres un maldito demonio ¿y aún no entiendes que tu ser se alimenta de la vitalidad de los que te rodean? –frente a la pregunta retórica Hakyeon bufó desganado, mas no habló–. Cuando tus alas fueron cortadas dejaste atrás ser puro como deseabas, pero parece que jamás imaginaste que sucumbir a tus más bajos deseos supondría alimentarse de algo más que de tu perversión –el desinterés del moreno se transformó en incómodo silencio y eso le dio pie a Jaehwan para intentar llegar hasta su viejo amigo–. Hakyeon, tú jamás podrías simplemente poseer a Eun Ji, sólo un ser humano podría amarla sin consecuencias –Jaehwan, notando que supuestamente era escuchado, quiso profundizar más en su argumento–; hasta yo mismo he pagado muy caro el quererla sin que se me estuviera permitido, aún sin ningún motivo egoísta. Ambos nos hemos atrevido a desafiar las leyes estipuladas. Nunca tuvimos que ambicionar ser algo que no éramos, debemos pagar por ello. Te propongo dejar de luchar. Pongamos punto y final a esto, Hakyeon –¿podría ser verdad? ¿Aquel que una vez fue su hermano y que aún seguía encerrado dentro de ese monstruo lo estaba escuchando? Se arriesgó y concluyó–: Sé que aún queda un resquicio de aquel Hakyeon, ese que avistaba el futuro con humildad.
Imperó
la mudez en aquel extraño rincón.
Y la
esperanza en el interior de Jaehwan lo iluminaba todo.
Hasta
que una carcajada resonó en sus oídos, revolviéndole las entrañas.
–¿Y ser un despojo como tú? ¿Ser un apestado al que ni sus hermanos se dignan a recordar*? Jaehwan, sería olvidado como un simple residuo. Como tú.
La
ilusión al castaño se le esfumó como los dientes de león
al viento. Y tuvo que tragar con pesadez antes de usar su último
recurso: la aceptación.
–Espera –soltó incrédulo Hakyeon–, ¿de verdad has pensado que caería ante semejante palabrería? Nos conocemos desde hace mucho, sé cómo te las gastas hermano, ni por un segundo me has cogido ventaja.
Después
de que un negro profundo ocupara toda la esclerótica de Hakyeon,
este se abalanzó en forma de humo oscuro hacia Jaehwan. Una vez
dentro de su inexistente cuerpo, lo hizo retorcerse de dolor, al
punto de hacerle caer al suelo, y convertirse en polvo. Hakyeon
volvió a tomar su forma humana mientras mantenía una mueca ladina.
–Te dije que era duro salir de aquí, pero no retroceder por donde habías venido. Espero que te ahorres el volver e intentar llegar hasta donde estoy. Esto sólo ha sido un aviso, viejo amigo.
Y con
esto, Hakyeon despertó.
A su
lado yacía Eun Ji, dulcemente dormida. Alcanzó su mejilla para
acariciarla con un suave gesto, no muy dado en él.
¿Cómo
podría estar matándola?
Era una soberana
estupidez. Claro, una
típica estratagema de
esos patéticos
ángeles. Se las daban de puros e incorruptos, pero no dudaban en
usar mentiras y embustes para conseguir el puto
equilibro que deseaban y conservar, según ellos, el bien.
¿A
quién le importaba el dichoso
bien teniéndola a ella?
Él
sólo la deseaba a su lado.
Y
ahora que por fin la
tenía... no iba a renunciar a tenerla eternamente.
El
reloj marcaba las cinco de la mañana y Eun Ji se encontraba en la
cocina, con la mínima esperanza de que Jaehwan volviera a aparecer.
Aunque sólo fuera un sueño. Aunque su tacto no fuera real.
Suspiró
echándose las manos a la cabeza y despeinando su pelo en un arrebato
de frustración. Necesitaba hablar con él. Quería ayudar,
no, ansiaba que todo terminara; y para esto requería una
explicación de qué hacer para que ocurriera.
–Dame una señal de que aquello fue real, por favor –susurró.
No
tenía claro a quién le hablaba, si a Jaehwan o –por su
desesperación– al universo si de verdad existía
algo omnipresente por ahí arriba. Segundos después se tiraba
de las greñas mientras rechinaba los dientes. No podía más.
–¿Hay que suplicarte para que te dignes a ofrecer tus servicios? –gruñó mirando hacia el techo. Al darse cuenta de su posición bufó de la cómica situación en la que se encontraba–. Maldición, no entiendo qué calamidad habré hecho para ser ignorada de esta manera –en realidad, ¿qué hacía creyendo que alguien le iba a contestar?–, ¿qué demonios hago hablando sola? Yo ya me estoy volviendo loca.
Se
levantó yendo hacia el frigorífico y, al abrirlo, restregó su dedo
por el trozo de pastel que aún quedaba en la nevera, llevándose con
él, toda la nata retozante. Se lo chupó gustosa intentando no
pensar en nada antes de volver a la cama y fingir que todo estaba
bien.
–Me encanta cuando haces eso.
Todo
su cuerpo se heló. Tragó saliva mientras esperaba el temido
contacto de Jaehwan. Justo entonces advirtió como la agarraba
por la cintura y cerró sus ojos fuertemente. No quería que sus
manos la tocaran, no podía corresponder a sus caricias sin sentir
miedo y cierta aversión.
Ahora
la culpabilidad no le dejaba disfrutar de su toque, cuando en su
interior sabía perfectamente que era un demonio. El día en que
Jaehwan intentó acabar con sus vidas, sabía perfectamente
que se estaba acostando con alguien que no era su novio. Lo
sabía, lo había sabido siempre. Y en estos instantes fue cuando
se daba cuenta de lo que significaba haber sucumbido a alguien
perverso, haber intimado con el mismísimo diablo. Le dio
náuseas sólo de pensar en lo que había estado haciendo con
él.
–Yo... –atinó a decir mientras se zafaba delicadamente de Jaehwan, disimulando su recelo–, no podía dormir.
–Yo tampoco –dicho esto la volvió a coger por la cintura, sin embargo, ahora de frente y apegándola a la suya–. Mmm, pero tengo una muy buena idea para que nos entre sueño.
Oh
no. Ella no podía, no debía.
Sin
saber qué hacer, no tuvo más remedio que posar sus antebrazos en el
pecho contrario, para rechazarlo sutilmente, hasta que se le
ocurriera alguna excusa.
–Me gusta cuando te dejas llevar –le susurró en el lóbulo de la oreja. Ella tiritó–, cuando no lo evitas, Eun Ji.
No
vaticinó la rapidez con la que ese Jaehwan la empujó contra
el refrigerador y la aprisionaba allí con su cuerpo. Era como si
hubiera notado su repudio y la incitara a continuar aún
sin quererlo.
¿Cómo
podía estar ocurriéndole esto?
Contuvo
el aliento por un momento y después jadeó.
–¡No! –masculló aterrada, haciendo el esfuerzo de apartarlo de si bruscamente y mirándolo con su ceño fruncido–. No...
Tenía
en frente a Hakyeon. Desde el accidente lo había sido pero ahora
volvía a ver su verdadera cara. Y la miraba confundido, casi
alarmado.
–¿Eun Ji?
–Lo siento. Lo siento, yo...
Mierda,
le había fallado. Ese demonio no debería notar nada extraño en su
comportamiento mientras Jaehwan volvía a ella, porque iba
a volver ¿no? Esa posibilidad
le chupaba la vida.
–¡Jaehwan, vuelve!
Entonces
notó su postura, la cabeza escondida entre sus brazos cruzados
encima de la encimera, sentada en el taburete de al lado. Abriendo
los ojos lo entendió y suspiró aliviada, había sido un sueño. Y a
pesar de que debería temer el día en el que no llegara a
diferenciar la realidad de los sueños, se sentía lúcida
ahora. O ¿podría ser que estuviera en estado vegetal y su mente
diera bandazos sin sentido continuamente? Madre mía,
ya no regía bien.
–Eun Ji.
Otra vez no, por
favor, se dijo, pensando que lo
había imaginado. Volteó sobre el taburete y casi cayó al suelo
cuando lo vio: de pie, frente a ella.
–Jae-Jaehwan, me has asustado –se sentía como en un déjà vu continuo–. No podía dormir y...
–Eun Ji –la interrumpió–, no tenemos tiempo. Escúchame.
No
podía ser verdad ¿estaba ahí?
¿El verdadero Jaehwan
había vuelto?
–¿Jaehwan? –preguntó ella con un hilo de voz–. ¿Mi Jaehwan?
–Ven aquí –y Eun Ji no lo dudó, fue hacia él para fundirse en un potente abrazo. Ella le rodeó su cuello con los brazos y él cruzó los suyos por la espalda baja de ella, estrechándola contra sí, como si fuera su última oportunidad–. Cariño, no nos queda tiempo, debes escuchar todo lo que te voy a decir.
La
chica no prestó atención, sólo necesitaba quedarse así por
siempre; estar con él ahí eternamente. Pero la culpa por haberle
fallado la reconcomía, tenía que disculparse y pedirle perdón.
–Jaehwan, mira... –fue interrumpida por las manos de este en sus mejillas, haciendo que le mirara directamente a los ojos–, yo lo siento. Te juro que...
No
obstante, ambos se perdieron en las orbes del contrario, y sus labios
se llamaron los unos a los otros; no pudieron remediar unirlos en un
beso tan ansiado como taciturno.
Jaehwan
se vio doblegado por el familiar perfume
de Eun Ji, y esta, vulnerable
a los recuerdos donde ambos yacían despreocupados, enredados entre
las sábanas, con abrazos, caricias y viejas
sensaciones.
Mientras
sus bocas bailaban un perfecto vals, el hombre dirigió la
mano derecha a la nuca femenina y la izquierda a recorrer el menudo
cuerpo hasta llegar a la cintura y rodearla fuertemente, apretándole
el costado con sus dedos. Ella pudo colgarse del cuello ajeno cuando
dio un pequeño salto, el cual le facilitó envolver las caderas
ajenas con sus piernas. Jaehwan apartó torpemente el taburete para
llegar con Eun Ji hasta el borde de la encima y sentarla allí.
Al
recuperar el aliento se volvieron a mirar. Algo nuevo que
estaban descubriendo los inducía a continuar y anularon el espacio
entre ellos, como si pretendieran fundirse en uno. Ella reforzó su
postura alrededor del hombre que acariciaba sus muslos desnudos con
devoción y cierta mesura, mientras seguía devorándola con
besos en su boca, mandíbula y cuello.
Entre
caricias, roces y algún que otro dulce mimo, los jóvenes
gemían; y la finalidad en la visita de aquel chico se vio suplantada
por la añoranza de volver al hogar, porque estaba en casa.
Estaba resultando como esa primera vez, donde se sintió torpe y
novato, con una sensación nueva y a la vez familiar,
hogareña. Aspiró el aroma fino y blando de su
compañera, este hacía que sus entrañas saltaran de dicha, sin
poder controlar su cuerpo. El que aún seguía bajo el dominio
de Hakyeon.
Se contuvo, él no estaba ahí para eso. Él
no merecía tan siquiera tocar a Eun Ji nunca más.
Sobó con su mejilla lo largo del delicado
rostro, tragando tristemente mientras calmaba su respiración. Inhaló
a través de las hebras canela de la mujer y sus manos buscaron las
de Eun Ji. Agarró las muñecas, que surcaban ahora la cinturilla de
su camiseta para subirla por su pecho y quitársela, con cierto
pesar. Suspiró posando la barbilla en la frente de ella y cerró los
ojos para evitar que las lágrimas camparan libremente.
La
muchacha lo miró confundida, con un mal sabor de boca,
sabiéndose rechazada. Ella bajó la cabeza devastada y Jaehwan no
podía permitirle pensar que no la deseaba, porque no
era cierto; simplemente necesitaba que lo escuchara en esos momentos,
sin condiciones, aún anhelando su cuerpo intensamente.
Sostuvo el femenino mentón entre su índice y su pulgar para que lo
mirara a los ojos de nuevo.
–Mi vida, escúchame, por favor –por fin consiguió que alejara cualquier otro pensamiento y sólo se centrara en lo que iba a comunicarle–. Siento muchísimo que te veas obligada a convivir con él, lo lamento de verás. No tengo consuelo con el cual pagarte todo lo que te ha pasado por mi culpa e insensatez. Pero si confías en mí te prometo que estarás a salvo y Hakyeon volverá a donde nunca debió salir. Sólo debes seguir fingiendo, Eun Ji. Sólo actúa como si no pasara nada un poco más y te garantizo que serás libre al fin –explicó viendo como el entrecejo de Eun Ji se fruncía–. ¿Lo harás, Eun Ji?
–¿Y tú, Jaehwan? ¿Qué pasará contigo? Volverás junto a mí, ¿verdad?
–Prométeme que lo harás.
–No –protestó ella–, no hasta que tú me prometas que volverás a casa.
Él
tragó saliva y bajó la mirada. Estaba claro que no podía
prometerle algo así a la mujer que amaba. Lo más seguro es que al
derrotar a Hakyeon, su castigo fuera ser condenado al fuego
eterno. Y por tanto, renunciar a
una vida completa junto a ella.
Giró
sobre sus pies, con ese nudo grotesco en la garganta que aún le
impedía hablar correctamente ¿cómo se suponía que iba a
pedirle algo cuando él mismo no podía cumplir una promesa? Le
exigía demasiado y entendía que Eun Ji pidiera tales garantías.
Ahí
fue cuando los pequeños brazos rodearon su cintura desde atrás. Y
Jaehwan supo entonces que la muchacha había tomado una contundente y
dura determinación. Acaparó las manos que se unían con fuerza en
su estómago, sobándolas con cariño y delicadeza.
–No –dijo Eun Ji con rotundidad–. Te lo prometo, Jaehwan. Te juro que haré exactamente lo que me has dicho. Porque no me siento capaz de exigirte nada cuando yo te hecho...
–¿Qué me harías tú a mí tan grave? ¿Qué sería eso que opacara el haberme enseñado a amar incondicionalmente?
A Eun
Ji se le agotaba el tiempo para ir, disculparse, abrazarlo e
intentar aferrarlo a la vida como tenía planeado. ¿Qué haría?
¿Cómo lo haría? Quería recuperar a Jaehwan pero entendía
que ese Hakyeon era fuerte y ocultando algo tan importante
jamás podrían derrotarlo.
–Te he fallado. He llegado a desear a Hakyeon, he llegado a ambicionar tenerlo entre mis brazos. Yo nunca he querido negarme a él, Jaehwan.
El
interior de este se desmenuzaba con cada revelación, con cada
palabra referida a la unión de la mujer que amaba con ese
demonio. Por lo que Jaehwan no ponía seguir escuchando sobre eso o
Hakyeon utilizaría aquella mella entre ellos para ganar el terreno
que todo este tiempo había recuperado él.
Pero,
antes de pensar en nada más, sintió una punzada de dolor en su
cabeza. Hakyeon se resistía, Hakyeon se despertaba para quitarle de
nuevo el puesto. Sabía que le quedaba poco tiempo, así que quiso
dejarle claro a Eun Ji lo que pensaba a ella, debía saber que
hiciera lo que hiciese la amaría por siempre.
–Nena, no es algo comparable –le dijo restándole importancia–. No es algo de lo que te debas disculpar. Es el poder de Hakyeon, es la tentación, la lujuria, el deseo en si mismo. Nunca fue algo que pudieras controlar. Aunque indudablemente me duela...
–No, Jaehwan... –lamentó ella y se apretó más al cuerpo del susodicho–. Ese día estaba dispuesta a entregarme a él, aún sabiendo que no eras tú. Yo...
–Tú me deseabas –terminó Jaehwan con un tono socarrón, casi riendo.
Ahora
era Hakyeon. Sin duda alguna.
–¿Qué? ¿Siendo una niña mala? –insinuó este.
–Suéltame.
Se
había dado la vuelta, y al enfrentarla, la chocó contra él con sus
manos –las de Jaehwan, más bien– presionándole las caderas.
–¿Qué pasa? ¿Ahora que sabes quién soy, me repudias? ¿Has olvidado todas esas noches donde yo, y sólo yo, te daba lo que ni siquiera ese don nadie de Jaehwan te ha sabido dar? –le cuestionaba Hakyeon con tono presuntuoso.
–¡Cállate! –chilló ella mientras hacía fuerza con sus brazos para separarse del que la forzaba a permanecer pegada a él.
–No puedes ser tan hipócrita –la criticó agarrándola por la nuca–. Tú me deseas a mí. Te importa una mierda mi esencia, tengo forma humana y con eso debería bastar.
–No, no basta. Se necesita mucho más que el simple deseo. Se necesita humanidad y tú no la tienes. Te crees saberlo todo pero no tienes ni la más mínima idea.
Eun
Ji no supo por qué, pero la soltó.
–¿Qué es eso, querida? –preguntó soberbio–. ¿Qué le enseñarías tú a un ser eterno y divino?
–El amor.
–¿El amor?
Él
se carcajeó. Ella ignoró la burla, dispuesta a manifestar
todo lo que significaba esa palabra para ella. Aunque Hakyeon
no la escuchara, sabía que –allá donde estuviera– Jaehwan sí
lo haría.
–Sí, amar por sobre todas las cosas. El amor significa que una persona desee querer estar contigo para siempre por cómo eres, con tus defectos y virtudes –continuó–. No es por tu naturaleza, podrías tener mil formas, no importa que tengas una humana. Es algo más, es mucho más que la simpleza del deseo. Es querer a una persona en cualquier situación o condición, aún sabiendo que siempre se debe hacer algún sacrificio para que ella sea feliz, como por ejemplo: renunciar a la vida junto a esa persona. Justamente lo que piensa hacer Jaehwan...
Oh, justamente lo que
iba a hacer Jaehwan. Ahora lo
entendían, tanto Eun Ji como Hakyeon, el día en que esa daga
atravesó su abdomen tenía la intención de derrotar el mal por
encima de su propia vida. Suicidándose, acabando con el recipiente
que los contenía a ambos.
En
esta ocasión no era diferente, el método podría serlo un poco. Sin
embargo, el inmenso
amor de Jaehwan –por sobre todo lo demás, por encima del deseo,
por encima de él y Eun Ji incluso–, ese
amor desinteresado por la felicidad del otro aún sin estar juntos,
ese amor que jamás
pediría nada a cambio. Ese, ese sería el arma definitiva, esa con
la que detendrían a Hakyeon.
–Hakyeon –lo llamó Jaehwan, por algún recoveco de su mente–, si aún estás ahí sé que no deseas destruir a Eun Ji. Sé que por mucho que la desees, jamás sucumbirías al mal que te rodea para matarla. Fuiste un ángel antaño, conoces la grandeza del amor, conoces la pura bondad. Confío en que aún estés en ese interior tuyo. Ayúdanos.
El
cuerpo de Jaehwan se tambaleó bajo la atenta mirada de Eun Ji que,
confundida, no sabía si socorrerlo o dejarlo librar su batalla
interna. Sólo ansiaba que el que volviera a controlarlo fuera
Jaehwan, su Jaehwan.
–¡Cállate y dime –gritó internamente el moreno–, ¿cómo has logrado llegar hasta ahí?!
–Es gracias a ti, a ese Hakyeon que aún lucha contra la malicia. Lo sé, lo sentí en nuestra última reunión. Vuelve, viejo amigo.
Esa
última petición logró llegar
muy hondo en el desgastado recipiente. Llegó hasta Hakyeon.
La
figura de Jaehwan emitió un fuerte destello, que cegó a la muchacha
por unos segundos. Después recuperó su habitual color y cayó
laxo, inerte, en el suelo.
–¡Jaehwan! –masculló Eun Ji, temerosa de perderlo–. No, por favor. Dime que al final todo esto ha valido la pena. Dime que has vuelto o que todo es un sueño... –susurró al final.
Wonsik
avanzaba por el infinito
pasillo, sabiendo en todo momento su destino. Sus pasos enérgicos,
elegantes y con característica naturalidad, lo conducían a una
audiencia privada con el líder del Consejo.
El blanco impoluto lo rodeaba, acogiéndolo de forma familiar. Sonrió
cuando la puerta le dio la bien venida e intuyó la resolución del
juicio. Lo
había logrado.
–¿Me habíais llamado? –pronunció.
Después
de entrar en la estancia, bajar su cabeza en señal de respeto y
colocarse bien la nívea corbata entre los pliegues de su chaqueta,
dirigió su mirada al alto cargo.
Otro que vestía como él, trajes de un blanco impoluto
complementando la integridad que poseían en el alma.
–Así es –le confirmó este.
–¿Señor?
–Procede con lo estipulado.
Estuvo
a punto de preguntar si había oído
bien pero no lo hizo. ¿De verdad le darían una oportunidad así a
su viejo amigo? Se
resistió al no dar un brinco de pura felicidad, por lo que sólo
inclinó su cuerpo un poco hacia delante.
–Gracias –clamó Wonsik–. Muchísimas gracias, señor.
–Y, Wonsik... –el nombrado se giró antes de salir de la sala–. El exiliado querrá despedirse. Te confío esa tarea.
Sonrieron
cómplices.
Y
el miembro más llano
del Consejo se fue,
casi corriendo, a cumplir lo encomendado.
El
claro era precioso. Las flores se hallaban abiertas en todo su
esplendor, dándole color
al hermoso paraje. Dos hombres tumbados en la estepa. Dos trajes de
chaqueta, uno blanco y el otro
negro. La simbología inundaba
el lugar, haciéndolo imposible de entender para un simple mortal.
Era una excepción en
si misma, una oportunidad de resolver asuntos pendientes.
Esos dos cuerpos comenzaban a reaccionar y después de levantarse, y
sacudirse ambos trajes, se miraron.
Cara a cara, frente a frente. Sonriendo ladinamente.
–Al final lo lograste –felicitó Hakyeon.
Jaehwan
separó sus labios y su sonrisa se amplió antes de hablar:
–Yo no las tenía todas conmigo, eh.
–Pero tú eres Jaehwan –le recordó el otro, señalándolo con una mano mientras que la otra la metía en el bolsillo delantero de su oscuro pantalón–, siempre terminas por cumplir con tu palabra. En cambio, yo...
Jaehwan
negó con la cabeza.
–Tú has vuelto –obvió–. Tú también has vencido. Has ganado, Hakyeon.
–Lo sé –asintió Hakyeon. Y tuvo la necesidad de decirle tantas cosas... sin embargo, sólo una merecía la pena manifestar–. Sé que Eun Ji te ama como tú a ella. Sé que el desearla no era razón suficiente para haceros tanto daño. Me vi sumergido en una oscuridad que no me dejaba ver absolutamente nada. Y casi os destruyo a ambos –suspiró–. Sé que no sirve de nada pero... lo siento y muchas gracias, viejo amigo.
–Hermano –le corrigió el del traje blanco–. Siempre serás mi hermano.
–No olvidaré lo que has hecho por mí –y no lo haría–. Allá donde esté destinado a ir, te recordaré.
Jaehwan
abrió sus ojos sorprendido, porque él no sabía su destino ¿lo
sabría Hakyeon?
–¿Lo sabes? ¿Sabes dónde acabaremos? Yo aún no sé cuál será nuestro destino.
–Creo saberlo –divagó Hakyeon, frunciendo el ceño y sobándose el mentón con sus dedos pulgar e índice–, han tenido misericordia después de todo.
–Entiendo.
Llegaba
el momento de la despedida. Aquellos asuntos estaban más que
solucionados y ambos tenían al fin paz en sus atormentadas almas.
–Adiós, Hakyeon.
–Hasta siempre, hermano.
Y
con esto, el del traje negro desapareció,
dejando un rastro de polvillo
gris donde antes estuvo él. Jaehwan suspiró aliviado, y alzó la
mano para acariciar
aquellas partículas, que poco a poco se desvanecían delicadamente
movidas por la brisa.
Ahora le tocaba a él esperar su destino.
No
obstante...
–Wow, esto es precioso. Me ha quedado muy bonito.
El
muchacho dio un respingo por la inesperada presencia que había
irrumpido en aquel sitio sin permiso.
Lo observó mejor, y al reconocerlo se llevó una sorpresa; no sabría
si buena o mala, lo decidiría cuando el recién llegado le diera los
motivos que lo habían llevado hasta allí.
–¿Wonsik?
–¿Hmm? –emitió el susodicho levantando sus cejas mientras fingía interés.
–¿Qué haces aquí –cuestionó Jaehwan–, hablándome?
–El de arriba –le informó, alzando su índice al cielo, el de pelo albino–, parece que te estima y, amigo mío, eres un cabrón con suerte.
–¿Qué?
–Olvídalo –le sugirió Wonsik–. Ahora, lárgate.
Un
aplauso del miembro del Consejo
y Jaehwan había sido despedido de aquel claro. Borrado de allí sin
ningún tipo de delicadeza o moderación. La verdad es que Wonsik
nunca tuvo, eso que algunos llamaban... tacto.
–Os echaré de menos –dijo con una sonrisa picaresca en la cara al mirar al cielo de nuevo–, hermanos.
Eun
Ji lloraba, pataleaba, golpeaba el pecho de Jaehwan. No respondía.
No volvería junto a ella. La triste realidad no parecía ser
aceptada, y no tenía ninguna intención de hacerlo jamás.
–Me debiste prometer que volverías –bramó entre sollozos–. Tú siempre has cumplido tus promesas. Si me lo hubieras prometido quizás... quizás ahora estarías aquí, conmigo.
Maldición,
cómo dolía perder al ser amado. Ahora entendía muchas cosas,
entendía a sus amigos cuando habían perdido a alguien importante en
sus vidas y no volvería a verlo como una nimiedad. No sólo
dolía la ausencia de
familiares, el alma se rompía en dos también cuando esa
media naranja desaparecía
o se alejaba para siempre.
Intentando
eliminar ese nudo insoportable en la garganta, buscó su móvil y se
dispuso a marcar el número de urgencias. Sabía que era imposible
que pudieran hacer algo ya por él, pero tal desesperación la llevó
a creer que esa era su última oportunidad para retenerlo
a su lado.
Hasta
que, al intentar alcanzar el teléfono de la encimera, algo
la retuvo. Una suave mano en su antebrazo, envolviéndolo con
vehemencia. Al identificar, sin
duda alguna, esos dedos rompió en llanto. Y antes de mirar al cuerpo
apoyado en su regazo, se promulgó como la mujer más feliz sobre la
faz de la tierra.
Jaehwan
estaba mirándola, sonriéndole
como nunca. Se sintió desfallecer y sin embargo, no quiso rendirse.
Él había vuelto. Él
se merecía su endereza para darle la grata bienvenida.
–Aún si no lo prometo, parece ser que cumplo como un hombre –presumió con tono bromista el que ahora se incorporaba del regazo de Eun Ji y la acercaba contra si en un abrazo–. ¿No?
La
chica le correspondió demasiado efusiva a aquel abrazo, acaparándolo
con todo su cuerpo.
–¡Jaehwan!
–¡Auch! –se quejó este–, aún siento como si me hubiera pasado por encima un trailer.
–Lo siento –se arrepintió ella, devolviéndole su espacio vital al joven–, es que...
–Tranquila, mi vida. Ahora todo está bien, todo está bien –dijo él con tono cariñoso. Sus pulgares limpiaron las lágrimas que corrían por las mejillas femeninas y picó los labios varias veces seguidas con los suyos–. Todo volverá a ser como antes. Te lo prometo.
–Te quiero, Jaehwan.
–Yo también, cariño –un ansiado beso selló esas palabras–. Te amo.
Porque
el sacrificio había sido recompensado. Y el condenado había tenido
su merecida recompensa: vivir los matices blancos y negros como un
simple ser humano.
Fin
*Recordar:
se refiere a uno de los castigos más crueles del Consejo. El
exilio, tanto existencial como verbal, con el que son condenados los
ángeles. Sus antiguos camaradas y compañeros de batallas se ven
obligados a olvidarlos, fingiendo que son desconocidos y casi
repudiados, como si jamás hubieran existido en sus recuerdos.
El color de las rosas por Laura Ramírez Patarro se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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