Capítulo 2: Una nueva vida
Capítulo 3: Alianzas
El
guerrero corría por el angosto pasillo, con una antorcha en su mano
derecha, solo él y su señor conocían aquél pasadizo. Era el brazo
derecho del monarca y el teniente general de las tropas de Atharos,
por tanto poseía ciertos privilegios. Llevaba su túnica cobriza,
típica de los soldados de las tierras del sur, enfundada en una
armadura que se adaptaba perfectamente a su cuerpo. Protegiendo su
cabeza llevaba un yelmo, este solo estaba formado por el morrión y
una pequeña barbera, su diseño era digno de admirar ya que su forma
y grabados imitaban los de un tigre de la antigua era. En el sur el
poder más común era el de la fuerza bruta, así que el color de su
ejercito y su gente representaba la tierra, lo fuerte, lo poderoso.
Su bandera tenía de fondo, sin lugar a dudas, ese color. Y el
símbolo de la forma de un tigre la adornaba allá donde estuviera
alzada.
El
hombre lucía agotado, se podía entrever que regresaba de un duro
viaje. Su rostro, preocupado, denotaba que era portador de malas
noticias. Ya estaba llegando al final de lo que hasta ahora parecía
un pasillo interminable. Puso la antorcha en un soporte a su derecha,
concebido especialmente para eso. Y observó la pared que tenía
enfrente, con la luz de la antorcha se podía ver claramente un
saliente en la parte inferior pero el soldado sabía su ubicación
exacta. Al apretar su mano contra el resalte, este se incrustó en la
pared. Un ruido casi inaudible comenzaba a sonar, la pared giró
sobre su eje. Ahora podía verse como en los lados abiertos la luz
penetraba libremente, sin más dilación el soldado salió de aquel
pasillo sofocante.
-Mi
señor, Danazir ha llegado- El sirviente estaba, con su cuerpo
inclinado, ya en medio de la gigantesca sala, llevaba una toga de un
tono pardo con varios bordados dorados a lo largo de ella. El hombre
tenía su cara demacrada por el paso del tiempo y, aunque la capa lo
tapara de pies a cabeza, podía vislumbrarse lo extremadamente
famélico que estaba. En frente suya estaba el trono ocupado por un
hombre joven de ojos vivos, color verde agua, casi blanquecinos. Su
espalda descansaba en el respaldo de su cómodo asiento y su barbilla
descansaba sobre su mano izquierda, despreocupada. Su atuendo
indicaba su nobleza, pero su semblante era el que más evidenciaba su
clase. Desprendía una belleza hipnotizadora que a la vez avisaba de
su maldad. Su cabellera, gris plateada, descansaba en los hombros y
una fracción de su pechera. Parte de su frente estaba cubierta por
una tiara adornada con los mismos motivos que los yelmos de sus
soldados pero hecha de oro blanco y diamantes incrustados.
-¡¿Y
por qué me haces esperar?! ¡Debería estar frente a mí ya!- La
calma y la sombría que mostraba segundos antes desaparecieron, ahora
su cuerpo se había incorporado hacia delante, mirando al viejo
hombre, sus ojos avisaban de su enfado. El anciano sin demorarse más,
corrió hacia la entrada de la estancia. El guerrero Danazir entró
con paso ligero, de un movimiento se quitó el yelmo descubriendo su
melena blanca medio trenzada a un lado. Acto seguido se postró ante
el noble joven, como señal de respeto. Miró hacia su señor para
ver el gesto de aprobación, por lo que se enderezó de nuevo.
-Habla-
El joven avistó en el rostro del soldado que traía malas noticias,
así que se levantó de su trono y fue hacia él. Su forma de andar
también era distinguida y sofisticada, digna del noble que era. No
apartaba la vista del hombre que tenía cada vez más cerca.
-Mi
señor, aún no la hemos encontrado, cuando el rumor se expande le da
la oportunidad de esconderse mejor, y la hace aún más difícil de
encontrar- Explicó mientras veía al joven acercársele.
-Me
estoy acostumbrando a escuchar esto una y otra vez por estos dos
últimos años ¿Cómo crees que es? ¿Bueno o malo, Danazir?- Sus
ojos no preguntaban en ese momento, estos estaban llenos de malicia,
el hombre podía intuir que no esperaba la respuesta. Se limitó a
inclinar su rostro hacia abajo. -Sé que eres un buen soldado... Y
qué lo darías todo por tu señor... Pero ¡¿Por qué demonios no
puedes encontrar a una simple estúpida, la cual solo quiere amargar
mi existencia?!- El joven estaba ahora mirando fijamente a Danazir,
este comenzó a notar una fuerte presión en su cuello, algo le
impedía respirar, era el poder del joven, lo sabía. Su rostro
tornaba a morado por momentos y la falta de aire hizo que cayera de
rodillas al suelo sin fuerzas, poniéndose las manos en el cuello.
-No morirás ahora, todavía tienes utilidad para mí, acaba de
informarme y lárgate de mi vista- Se alejó unos centímetros del
guerrero y este notó como la presión desaparecía y sus pulmones
volvían a recibir aire. Tosió un par de veces y unos segundos
después de recuperar la compostura, se puso de pie, como si no
hubiera pasado nada.
-La
soberana Asitafna requiere su audiencia, mi señor. Insiste en que
hablará de alianza si va a verla, personalmente- Su voz aún sonaba
afectada por la anterior “hazaña” de su rey. Este cambió
radicalmente su expresión, ahora lucía una amplia sonrisa y dio la
espalda al soldado. Segundos después volvió a girarse mostrando una
mueca feliz y retozadora.
-Me
encanta la idea, manda al capataz a que escriba mi partida en las
crónicas, partiremos hoy para estar allí mañana mismo- Ahora su
dedo indice tocaba repetidas veces su mejilla, aún tenía algo más
que decir.
-Mi
señor para llegar mañana deberíamos ensillarle un Alatista y sabe
lo agresivos que se ponen en esta época del año- Debía
salvaguardar la seguridad de su majestad, pero sabía su contestación
de ante mano.
-Si
vuelves a sugerirme algo como eso morirás- Volvió a clavarle la
mirada. -Además tú me acompañarás, si ves que algún animal se
vuelve contra mí solo mátalo- Esta vez sonrió, su ademán era
ahora bastante enérgico.
-Así
se hará, mi señor- Dicho esto, Danazir se retiró rápidamente de
la enorme sala dejando a un joven ahora complacido y con una
maquiavélica sonrisa.
Ya
salía del inmenso castillo, uniformado, con una armadura muy
parecida a la de su soldados, pero color bronce, algo que lo
identificaba como el más alto cargo del ejército de Atharos. Su
tiara había sido sustituida ahora por un yelmo del color de la
armadura y con mucho más volumen que el que lucían sus tropas.
Varios sirvientes, Danazir y tres soldados lo esperaban en una
explanada, al llegar el viento comenzó a ser huracanado. Mirando
hacia arriba, podían verse cinco criaturas aladas de grandes
dimensiones. Eran llamados Alatistas, ya que la mayor parte de su
descomunal cuerpo eran dos increíbles alas pardas, lucían como las
de un águila imperial pero diez veces más grandes. Su complexión
se asemejaba bastante a la de un león de la antigua era y sus patas
a las de un dragón. Un pelaje ocre, como el de un potro, cubría
casi toda su figura. Su cabeza mezclaba características tanto de
felino, por su hocico y pupilas rasgadas; como de équido, por la
forma de su cabeza y cuello. Venían montadas por los capataces a
cargo de la villa privada del reino, donde se adiestraban los
caprichos de su majestad. Amaba tener cualquier animal que le
pareciera buen transporte, por muy peligroso que fuera. Muchos mozos
perdían la vida intentando domar a las más salvajes bestias, para
mantener contento a su señor.
Con
una majestuosa calma, los cinco animales se posaron en el suelo, los
capataces bajaron con pasmosa facilidad y acto seguido dieron las
riendas a los soldados. Dos de estas se las pasaron a Danazir, puesto
que una iba destinada al joven noble. El guerrero se la ofreció con
respeto, pero el monarca estaba distraído, acariciando la cabeza de
uno de los seres alados.
-Mi
señor...- Lo llamó con tono suave, ofreciéndole las bridas de la
criatura que estaba acariciando.
-Sabía
que en mi presencia se calmarían... La gente no los comprende como
yo, por eso muere intentando domarlos. Solo hay que entenderlos...-
Cogió las riendas sin dejar de acariciar al animal, admirando su
nobleza, ensimismado por su belleza. Después de unos segundos, ya
fuera de su ensoñación, de un solo y poderoso impulso se sentó en
la parte posterior del animal, donde se hallaba una montura
perfectamente ensillada. Para ojos humanos ese movimiento sería algo
casi imposible, tanto por la rapidez como por el peso de tal
armadura. Danazir lo imitó con un gesto aún más habilidoso, tantos
años de adiestramiento en el ejercito le habían dado destreza para
estos pequeños detalles. -¡Vamos!- Los soldados que restaban
siguieron las ordenes, montando en sus respectivas monturas y
momentos después incentivaban a las bestias, con sonidos rudos, para
que alzaran el vuelo.
En
un estruendoso sonido del viento encolerizado, por el batido de tan
poderosas alas, los cinco animales comenzaron a elevarse hasta que
encontraron equilibrio para comenzar su viaje. Decían que un
Alatista podía recorrer el mundo de este a oeste en tan solo un par
días. Sus poderosas alas permitían surcar los cielos a una
velocidad estrepitosa era el transporte común de alguien que supiera
domarlos. Se caracterizaban por lo imposible que se hacía
adiestrarlos y por lo susceptible que eran a los cambios, tanto de
clima como de dueño.
Tardaron
tan solo medio día en divisar las montañas del oeste, se podían
diferenciar por su alta concentración de hielo en ellas y su
increíble altura. Era un territorio bastante frío, nevaba en todas
las estaciones del año y no daba tregua a los viajeros de tierras
desérticas, que sufrían el cambio tan drástico de temperaturas.
Por suerte en el sur, las temperaturas eran medianamente templadas, y
aún notando el tremendo cambio, uno podía habituarse rápidamente
al gélido clima del oeste.
Unos minutos más tarde divisaban,
entre la espesa niebla, el enorme palacio de Dorfmon. Se elevaba por
encima de todo lo demás, sus torres atravesaban las nubes. Ya casi
encima de esas estructuras, los cinco animales eran guiados para
bajar su vuelo. Poco a poco, podían apreciar más detalles del
espectacular reino al que se estaban acercando. Muchos decían que
sus paredes y muros eran contagiados por la belleza de su regente.
Pocos tenían el privilegio de ver su rostro, pero al escuchar esas
leyendas, los viajeros se conformaban simplemente con ver el enorme
palacio en todo su esplendor.
Ya se distinguían los preciosos
detalles de las torres, en un fondo negro, numerosas pinturas
plateadas imitaban escenarios de la naturaleza. La del centro tenía
una gigantesca figura colocado en lo alto, era una sirena. Parecía
hecha de hielo, sus brazos erguidos formaban una uve como si
estuviera invocando al cielo por un poderoso hechizo. Su rostro sin
embargo miraba al frente, sus ojos desprendían una fuerza
fulminante, como si de un momento a otro fuera a atacar, con
semejante poder, al que la mirara fijamente.
Elegantemente, las cinco criaturas,
aterrizaron en el patio principal del recinto. Varios sirvientes se
sorprendieron pero al identificar de quienes se trataban, corrieron
a atender a los recién llegados. Danazir, como sus otros soldados,
entregó las riendas a los serviciales hombres que llegaban
rápidamente. El monarca sin embargo espero que el sirviente de más
rango llegara a él para atenderlo. Este llegó y, con un gesto de
sumo respeto, tomó las bridas del joven que ahora avanzaba hacia la
entrada principal del monumental castillo. Sin más dilación sus
secuaces lo siguieron muy de cerca, escoltando perfectamente a su
rey.
Pudo ver que dos soldados de Dorfmon
custodiaban la enorme entrada. Lucían armaduras parecidas a la de
sus hombres pero el color de sus túnicas era un azul grisáceo. Lo
que más los diferenciaba era sus yelmos, tenían grabados que
imitaban las olas del mar, y su forma recordaba la de un tiburón
blanco. A los lados, dos aletas, perfectamente esculpidas.
Los hombres al ver al joven noble,
dieron un fuerte golpe en el suelo con las lanzas que llevaban en su
mano derecha y poco a poco la enorme puerta se abría de par en par.
-Esperen aquí, mi señora los atenderá
en unos segundos- El sirviente que habló apareció del fondo de la
estancia y se paró en frente del séquito. Eso de tener que esperar
no le hizo mucha gracia al monarca, pero ver de nuevo a esa hermosa
mujer valía la pena. Asintió con su cabeza y una sonrisa falsa en
los labios. Los cinco individuos se relajaron, quitándose los yelmos, para sostenerlos entre su cadera y su mano izquierda.
Ya había estado allí varias veces,
para otros asuntos muy distintos a los que le traían este día. Giró
sobre sí. Podía admirar la hermosura de la sala, a diferencia de
sus muros exteriores, las paredes y el techo de esta, eran de un gris
blanquecino que contrastaba con dibujos casi imperceptibles pero que
al observar detenidamente se podían interpretar como motivos
florales. No había mucho inmobiliario lo que denotaba que era un
simple vestíbulo, para recibir cualquier visita.
Todas las miradas se giraron para
recibirla, los rumores de su belleza se quedaban cortos al tenerla
frente a frente. Sus ojos eran los que más encanto desprendían, su
color plateado y su forma encandilaban a todo el que los mirara
detalladamente. Sus demás rasgos armonizaban perfectamente ya que
eran delicados y a la vez bien definidos. Lucía una tiara, de lo que
parecía hielo, tenía grabados que representaban al mar y a primera
vista se le veían incrustadas diversas piedras preciosas. Su atuendo
consistía en un vestido de un tono grisáceo pero con estampados de
diversos tonos. Este destacaba por su forma oriental y por el
corset que se ceñía a su cintura, con un tono bastante oscuro, casi
negro. Todo en su conjunto le añadía aún más atractivo a la mujer
que ahora se les acercaba, elegantemente.
-Me encanta la rapidez con la que
responde su majestad a mis deseos- El monarca se dio por aludido al
escuchar esto. Se acercó a la dama y respetuosamente se inclinó
para besarle la mano.
-Es un honor para mí satisfacer
vuestros deseos, mi hermosa dama- Al volver a erguirse la miró
fijamente a los ojos. Le encantaba admirar la profundidad de estos,
proyectaban tal inocencia que le provocaba un desenfrenado deseo por
poseer a su dueña.
-Tenemos asuntos que tratar, vayamos a
la sala del trono- Esperando que el monarca la siguiera se adelantó
hacia las escaleras.
-Esperad mi regreso- Ordenó el joven a
sus hombres, ahora siguiendo a la mujer.
-Dejadles que mis sirvientes les sirvan
algo, el viaje de regreso puede ser agotador si no reponéis fuerzas.
¡Marathar!- La mujer paró en seco, para llamar a su sirviente. Este
llegó segundos después, inclinando su rostro preparado para recibir
ordenes. -¡Sírvanles algo de comida y lo que deseen para
acompañarla!- Dicho esto dirigió su mirada a los hombres que eran
guiados ahora por Marathar. Su mirada se fijó especialmente en
Danazir, quizás por su evidente atractivo...
-Vamos mi señora- Indicó el monarca
justo detrás de ella. Simplemente desvió la mirada y sonrió ahora
al joven noble.
-Seguidme- Con paso decidido terminaron
por subir las escaleras.
Ya en la sala, donde además del trono
había una mesa y varias sillas, se podía ver la misma estructura
que el vestíbulo de donde venían. Allí se celebraban reuniones
para decidir el destino del reino que regentaba y las leyes de este.
Con total libertad el monarca se
adelantó a sentarse en una de las sillas, ya había preparado un
buen manjar sobre la mesa y tomó una uva, del gran racimo que estaba
en el centro.
-¿Esto ha sido una simple escusa para
verme, mi señora?- Preguntó el joven mientras se alimentaba con
varios frutos secos ahora.
-Sé el interés que tienes hacia mi,
pero ya te hemos hablado de eso. Quizás cuando nuestros asuntos
finalicen y solo quizás, pueda complacer tus deseos, Thiago- La
mujer le daba la espalda, pero sabía la expresión de este al
escuchar sus palabras.
-Sabes que no me gusta esperar,
Asitafna-
Se levantó hacia ella con el ceño fruncido.
-Lo
sé perfectamente, aún así, te tengo una buena noticia- Ella se
giró hacia él y puso su dedo indice en la nariz de este.
-Y
¿De qué se trata? ¿Quizás las negociaciones con Gorflan han
surgido efecto?- Ahora agarraba la mano de la mujer para besarla y
ponerla en su mejilla.
-No
tan buenas noticias pero creo que dentro de poco cederán a mis
negociaciones, hay ofertas que no se pueden rechazar...- Suavemente
apartó la mano del rostro del monarca, sin que este se sintiera
ofendido. La miraba ahora fijamente, con júbilo en sus ojos.
-Sabía
que la dama Asitafna no me fallaría, solo espero que ningún rumor
sobre estas negociaciones se filtre y llegue a sus oídos, sabes que
desde lo que pasó con mi hermana, Nathar no puede verme, me odia. Si
se entera que estoy detrás de todo esto... Nuestras intenciones de
alianza se irán al traste ¿Lo sabes, verdad?- Ahora agarraba a la
mujer por la cintura enérgicamente.
-Sí,
ahora suéltame- Estaba alterada, pero no quería demostrárselo al
joven que ahora la obligaba a algo que no quería. Este comenzaba a
besarla en el cuello, cada vez la agarraba de la cintura con más
fuerza. -¡Thiago!- El joven seguía sin escuchar la petición
insistente de la mujer.
-¿Por
qué tanta resistencia mi dama? Ambos podemos disfrutar de esto- Sin
poder decir más el joven sintió la mano de Asitafna en su nuca. De
pronto notó un escalofrío que se convirtió en punzadas de dolor,
dolor hacía el frío que ahora estaba proyectando la mano de la
mujer. Ese era su poder. Le estaba congelando la piel por momentos.
Justo en su nuca, esto hacía que no pudiera utilizar su poder contra
esa gélida habilidad de la dama. Sabía su debilidad, por desgracia
solo podía soltarla de manera afable y lentamente.
-Lo
sé, Thiago. También sé lo limitado que es tu poder, así que no
juegues con fuego. Yo siempre puedo apagarlo, no lo olvides- Ya libre
de los brazos del joven, su corazón se calmó. Segundos después
quitó su mano de la nuca del regente. Este calló de rodillas para
recuperar el aliento que ahora salía difícilmente de su boca, como
un vaho casi congelado.
-Maldita
z...- Cuando se iba a abalanzar sobre ella, Danazir entró sin más
en la sala. Por un segundo observó la escena y se fijó en Asitafna,
ella le devolvió la mirada, quizás agradecida, su entrada la había
salvado de una escena incluso más temible. Esto hizo que el monarca
se detuviera con su rostro de ira enfocado ahora hacia su soldado.
-¿Qué demonios haces aquí?
-Lo
siento mi señor, es algo de suma importancia- Se limitó a decir,
ahora, con su rostro gacho.
-¡Dilo
ya, maldita sea!- Aún molesto, pero con una recuperada compostura,
exigió que prosiguiera.
-La
han encontrado mi señor, me han informado de la posición exacta de
vuestra hermana- Danazir sonreía ampliamente hacia el joven noble.
Este cambió su expresión irritada por una de suma felicidad.
-Ahora
es tu oportunidad para redimir tus errores, buen soldado- Expresó
con entusiasmo el monarca.

Elemental by Laura Ramírez Patarro is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
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