En un día lluvioso
Como cada día, Young Mi llegó a aquella parada de autobús. Desde lo que pasó su vida había sido tan monótona que hacía todo automáticamente, como si de un robot se tratara. Quizás las palabras de los demás le harían daño si no los ignorara. Su mundo giraba en torno a su trabajo y nada más. La joven esperaba sin impacientarse mucho al bus que, como de costumbre, estaba retrasado ya por varios minutos. A otra persona le habría molestado farfullando o simplemente se hubiera ido andando, otra incluso habría cogido un taxi aún costando más dinero de lo debido. Ella no, ella esperaría sin más.
Comenzó a llover, observó como en unos segundos todo se empapaba por el agua. No llevaba paraguas pero estaba dentro de la parada por lo que agradeció un poco haber esperado allí debajo. Se formó una sonrisa inexplicable en su boca, los días lluviosos eran los únicos que la sacaban de su rutina enfermiza. Lo veía todo más claro como si se limpiara un poco cualquier atisbo de tristeza en ella o tal vez porque le recordaba aquellos momentos de felicidad, esos que pasó junto a él.
El ruido de unos pasos la sacaron de sus pensamientos, esa persona se paró al otro lado de la parada como siempre. Era el joven que esperaba todos los días, al igual que ella, en esa parada, un autobús diferente al suyo. Le parecía curioso que todos los días usara las mismas zapatillas que le llamaban tanto la atención. Quizás eran algo especial para ese desconocido, no creía en amuletos pero al parecer ese muchacho sí. Nunca había visto su cara, tenía la costumbre de llevar la capucha de su abrigo puesta y unas gafas de sol. Ese día no era así, sujetaba un paraguas azul marino que le ocultaba desde los hombros. Jamás sintió tanta curiosidad por ver su rostro como ahora ¿Por qué?
Sintió la necesidad de acercarse más a él para poder avistar algo más arriba de su pecho. Se encontró inclinada hacia delante acercándose a él lentamente. No le importó salir del techo mojándose, estaba en una especie de extraño trance ¿Qué estaba haciendo? Si alguien la viera parecería una total desquiciada haciendo movimientos raros. Se asustó sobremanera cuando los pies del joven se giraron, su cuerpo se tensó quedando completamente erguida. Esperaba que no la hubiera descubierto intentando verle de esa forma tan extraña. Afortunadamente se había girado porque su transporte estaba ya enfrente de ambos.
Pasó justo por su lado y pudo darse cuenta que era mucho más alto de lo que pensaba, igualmente, no se atrevió a girar su rostro, estaba demasiado avergonzada para moverse en lo más mínimo. Si lo hubiera hecho de seguro le habría visto claramente la cara. Cerró sus ojos ante su torpeza, no obstante, al sentir una mano en su hombro y otra sosteniéndole un paraguas mientras este la cubría de la lluvia, los abrió totalmente. Quién le brindaba aquello estaba justo detrás de ella, notaba su aliento en la nuca haciendo que su piel se erizara ferozmente.
–Lo necesitarás a la vuelta.
Esa voz la estremeció. Estaba segura que era el mismo muchacho de antes. Ahora tendría la oportunidad de girar y verle su rostro. Él, al sentir que se volvía, la soltó repentinamente, como si hubiera adivinado su propósito. Young Mi maldijo no haber sido más rápida puesto que al girarse solo vio medio cuerpo del joven entrando en el autobús. Al cerrar las puertas miró insistente a esa figura que se sentaba en uno de los asientos, sin dejar de mirar hacia el lado contrario, como evitando que lo observara ¿Por qué tenía la sensación de que se escondía de ella?
Volvió a centrarse en aquel paraguas ¿Cómo sabía que más tarde lo necesitaría? Un extraño sentimiento la ahogó dejándola paralizada. Oír como las puertas de su, recién llegado, transporte urbano se abrían la sacaron de su ensoñación. Casi corrió hacia ellas para que al conductor no se le cruzara la idea de dejarla en tierra.
–Lo siento –se disculpó.
Había hecho esperar por unos tontos segundos a los pasajeros, que también iban a su trabajo. El busero simplemente le sonrió negando con la cabeza y le dijo:
–Tranquila, hay gente más despistada que tú.
Porque siempre cogía el mismo vehículo, el conductor ya la conocía, aunque jamás la había visto tan apurada como ese día. La muchacha le sonrió en respuesta, algo totalmente inusual en ella. Su costumbre era entrar sin saludar siquiera, esto era nuevo para el hombre. La miró por el retrovisor, cuando esta se sentó se puso en marcha.
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Su día de trabajo pasó lento, por primera vez todo lo que hacía le aburría totalmente. Su cabeza reproducía una y otra vez la escena de aquella mañana. Su mente estaba totalmente desconcentrada y su jefe le había llamado un par de veces la atención por estar mirando el estúpido paraguas.
–¡Young Mi! ¡Demonios! ¿Qué te ocurre hoy? Eres la mejor aquí, no me digas que te sumarás a la fiesta con estos vagos. No me decepciones y ¡recupera tu concentración!
–¡Lo siento! Así será.
No fue así, su mirada se perdía en aquel azul marino que proyectaba la tela del paraguas. Por un momento su mente se trasladó a unos años atrás, diez concretamente.
–Young Mi, cierra los ojos.
Aquella voz que tanto amaba le hablaba al oído. Ella obedeció sin chistar. Sintió como su piel reaccionaba a esas manos cuando acarició suavemente su clavícula. La llevaba al cielo su simple toque. Notó un leve peso en el cuello y un beso delicado en la base de este, su vientre enloqueció por un momento.
–Ahora, ábrelos –le indicó.
Al hacerlo dirigió su mirada hacia abajo. Era un colgante precioso, bastante sencillo algo que le encantaba. En su extremo dos corazones se entrelazaban, uno opaco y el otro hueco por dentro.
–Realmente precioso. Te quiero –confesó ella.
Young Mi se giró para abrazar desesperadamente a su amor. Él recibió el abrazo gustoso.
–Yo también te quiero, Young Mi.
Ambos se fundieron en un tierno beso, les supo a despedida, eso los dos jóvenes lo sabían de más pero no querían aceptarlo en esos momentos.
–Quiero llevarme tu esencia conmigo...
La joven asintió, entendió a la perfección a lo que se refería y por supuesto lo haría aunque significara la última vez. Aquella noche se entregaron en cuerpo y alma, sin importarles el futuro que se les avecinaba...
La mejor noche de Young Mi estaba ahora floreciendo entre sus recuerdos ¿Por qué?
–¡Young Mi! Creo que será mejor que hoy te vayas a casa. Quizás mañana vuelvas con la concentración que hoy parece ser no tienes –le espetó su jefe con rudeza.
–No, no ya estoy bien puedo seguir.
–No, así no me sirves. Vete, mañana terminarás con el trabajo de hoy. ¡Venga, largo!
No tuvo tiempo de replicar ya que el portazo que dio el hombre entrando en su oficina la dejó un tanto temerosa.
Al llegar a casa sólo sabía pensar en aquel paraguas, en aquel joven ¿Por qué recordó a su amado? Ese chico de la parada le recordaba a él, sí, era eso. Sus lágrimas comenzaron a brotar, volver al pasado siempre dolía demasiado. Debía no dejar que eso le afectara ya había pasado mucho tiempo y el hombre que amaba ya no volvería. Tenía que encontrar la forma de seguir viviendo sin él...
Los días siguientes fueron igual de monótonos pero con una única diferencia. Aquel muchacho no volvió a aparecer en la parada. Young Mi sentía el deber de devolverle el paraguas y, ver como un día tras otro transcurría sin encontrárselo allí, la desconcertaba. Sólo era un extraño ¿Por qué se decepcionaba cada vez que no lo veía? ¿Le habría pasado algo malo? Se estremeció tan sólo de pensarlo.
–¿Cómo sigues, Young Mi?
A través del teléfono, se escuchó la voz de su amiga de la infancia, aquella que sabía todo sus secretos, hasta el último detalle.
–Bien, estoy bien –para nada, su tono reflejaba todo lo contrario.
–No es así ¿cuándo dejarás todo atrás? ¿Cuándo dejarás que una persona que ya no está te afecte así?
Aquello fue un golpe bajo por parte de su amiga.
–Yo... ¡Yo aún lo amo! ¡Y sé que lo amaré por siempre aunque esté muerto! ¡No me hables más!
Colgó enfurecida y a la vez totalmente destrozada. Negaba lo imposible, aunque tuviera razón, jamás dejaría ese amor de lado. Su mente volvió a aquella fatídica tarde donde él se fue sin decir adiós. Se suponía que después de la operación se reuniría con él en Estados Unidos, pero se fue sin que ella supiera a donde.
Sabía que allí tenía la oportunidad de salvarse y recibir esa carta, donde le comunicaban que no había superado la enfermedad, su mente se bloqueó haciéndose un muro de ilusiones y mentiras. Lloró por horas después de la llamada de su antigua compañera, ya era algo habitual. Estaba acostumbrada a ello, día y noche.
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De nuevo en aquella parada, con ese paraguas en las manos, por alguna razón sentía que debía tenerlo siempre con ella. Comenzó a chispear, desde aquel día no había llovido. En su rostro se dibujó una media sonrisa. Inconscientemente salió del porche sintiendo las leves gotas en su cara, cerró los ojos para dejarse llevar por el momento.
Entonces comenzó a caer muy fuerte al igual que el viento. Sin pensar abrió el paraguas y, de pronto, el viento se lo arrebató de las manos haciéndolo volcar por el suelo. Corrió tras él desesperada, sabía que algún día debía devolvérselo a ese muchacho.
Unos pies detuvieron a ese rebelde objeto que se escapaba de sus manos. Aquellas zapatillas...
–Lo siento.
Se disculpó, haciendo el amago de recoger el paraguas aunque aquel extraño se adelantó. Al agacharse Young Mi se dio cuenta que el individuo llevaba otro paraguas que evitaba verle la cara, como siempre. Se lo ofreció de forma casual.
–No tienes por qué disculparte, y menos conmigo.
La joven se incorporó igual que ella, quedando uno frente al otro, él por fin cumplió el pequeño deseo de Young Mi: echó su paraguas hacia atrás dejando ver su rostro. Desveló algo que no podía ser posible para ella...
–No, no puede ser –masculló al borde del llanto.
Las lágrimas de Young Mi brotaron salvajemente de sus ojos. Aquella persona no podía estar delante de ella. No, eso era solo su mente enferma jugándole una mala pasada. Tapó su boca como queriendo ocultar sus fuertes sollozos.
–No puede estar pasando...
Él sonrió ampliamente al ver que lo recordaba.
–Perdóname por hacerte pensar eso. Yo jamás pensé que el tratamiento fuera a funcionar, yo creí que iba a quedar como un vegetal y no quería obligarte a aferrarte a mí en esas condiciones. Por favor, Young Mi. Perdóname.
La joven no parecía haber escuchado, estaba inmóvil completamente, mirándolo fijamente con la lluvia cubriendo el mar de lágrimas que caían sobre sus mejillas. Ese hombre comenzó a avanzar hacia ella lentamente y algo lo hizo parar en seco, ella retrocedía horrorizada.
–Young Mi...
–Yo no... esto no... tú no puedes... –alcanzó a decir ella.
De pronto él le ganó en rapidez y agarró su mano poniéndola en su pecho. Su corazón palpitaba fuertemente al igual que el de ella. Eso la devolvió a la realidad. Él estaba ahí, era real, era ÉL. El hombre que amaba.
–Te amo Young Mi, ahora nada me impedirá estar contigo para siempre. Estoy totalmente recuperado, cariño.
Sus ojos volvieron a encontrarse, él se alegró enormemente al verla reaccionar. Ya no lloraba, ahora sonreía un tanto temerosa, comenzó a golpearle en el pecho. La mezcla de sensaciones la tenían frustrada y aunque le estaba brindando una de sus hermosas sonrisas, quería matarlo mentalmente. En cierto modo había jugado con ella.
–Te amo. Lo siento, Young Mi pero debo preguntártelo ¿también me amas?
Sin responder a algo tan obvio se abalanzó hacia el joven. Aquel abrazo casi lo deja sin respiración, Él sostuvo el rostro de Young Mi con sus manos, no lo soportaba más, debía volver a besarla, probar de nuevo aquella textura suave que lo volvía loco. Sus labios se encontraron ferozmente, diez años eran demasiado. Ahora no importaba nada más que su futura vida juntos. Sonrieron después al ver que los paraguas fueron olvidados y que el viento los hacia rodar juntos por el suelo al igual que ellos regresando a casa.

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